Jose Mari Esparza Zabalegi
Contra lo que algunos piensan, Navarra es uno de los sitios donde más arraigó el ‘Gernikako Arbola’
Txalaparta edita un libro que recoge la Historia del ‘Gernikako Arbola’, el zortziko de Iparraguirre que este año ha sido propuesto como himno de Euskal Herria
09.12.2020
El mítico Gernikako Arbola del cantautor José María Iparraguirre Balerdi protagoniza Biografía del Gernikako Arbola, un libro que recoge la historia del zortziko, que traspasó fronteras para convertirse en uno de los textos en euskera más interpretados. El tafallés Jose Mari Esparza Zabalegi, autor de la edición, desgrana las claves de este recorrido histórico y cultural.
Este libro es una consecuencia más de la pandemia con la que iniciamos el año 2020″, recoge la introducción que abre esta Biografía del Gernikako Arbola. ¿Cuál fue exactamente el punto de partida del proyecto?
Ante el 200 aniversario de Iparraguirre, un grupo de músicos y agentes culturales comenzó un movimiento de recuperación del Gernikako Arbola como himno para todos los territorios vascos, tal como lo había sido durante más de un siglo. Nos dimos cuenta de que había una gran ignorancia al respecto y comencé a investigar para dotar de argumentos sólidos a los interesados. La pandemia regaló tiempo libre y meses más tarde tenía tanto material que decidí publicarlo, como apoya a la campaña. Este es el resultado.
Se trata de un himno que cuenta con gran material bibliográfico en torno a su origen y recorrido, ¿bajo qué criterio se configuró entonces esta biografía?
Amén de la amplia biblioteca vasca consultada, hoy día se puede acceder desde casa a miles de revistas y libros digitalizados del siglo XIX y XX, en todas las lenguas europeas, de donde se obtienen las citas que luego se traducen y ordenan. El resultado ha sido espectacular. No ha habido texto en euskera, ni canción vasca, que haya llamado tanto la atención en la prensa, la literatura y la música del mundo. Sin duda, tenemos uno de los himnos más hermosos del orbe, con una gran biografía épica, cultural y política.
El libro presenta una crónica, desde que Iparraguirre escribió el himno en 1852, hasta la actualidad, cerrando el libro con el acto celebrado este verano en Pamplona, donde un amplio colectivo de músicos y cantautores se unieron para pedir la recuperación del Gernikako Arbola como himno de Euskal Herria. ¿Cómo resumiría este viaje histórico que nos ofrece la biografía?
Al primer manifiesto de 90 relevantes músicos vascos se han ido sumando cientos más y han surgido nuevas iniciativas de sectores culturales y políticos de todo tipo. Recientemente hemos visto a 30 historiadores, la elite de cuatro universidades vascas, posicionándose a favor. El abanico recoge a gente totalmente dispar, transversal, política y territorialmente. Y así lo fue siempre. Por eso lo llamaron «himno nacional de los vascos». Es el L’hymne national des Basques para los francófonos; el Baskische Nationalhymne alemán; el Basque national anthem para los anglos; el Himna Bascu checo; el malnova Baska himno de los esperantistas…
¿Qué opina de las críticas que despertó meses atrás aquel manifiesto, ya que muchos veían el Gernikako Arbola como un himno con cierto poso religioso?
Que están equivocados. En primer lugar, del zortziko solo se canta la primera estrofa, y no tiene nada de religiosa. Y si algunos creen que llamar «bendito» al árbol tiene un poso cristiano, otros han visto siempre un culto pagano al Árbol de la Libertad. Se olvida que Iparraguirre fue a la cárcel por cantar La Marsellesa en las barricadas de París, defendiendo con los republicanos los árboles de la libertad que la Monarquía se empeñaba en cortar. Allí se inspiró. Por eso, pese a su origen carlista, los que más cantaban el himno eran los liberales, y luego los socialistas y comunistas. Tomás Meabe dijo que el Guernicaco Arbola y La Internacional eran eslabones de una misma cadena: uno era «el recuerdo del comunismo primitivo y La Internacional representa la pronta llegada del comunismo científico». Sesenta años más tarde Txabi Etxebarrieta dijo algo parecido. Pero claro, los carlistas, los bizcaitarras y los monárquicos le daban otro sentido. Es lo mismo que pasa en Francia con La Marsellesa o los catalanes con Els Segadors: todos cantan y luego cada uno sueña su patria con sus propios colores.
¿A qué cree que se deben entonces esos posibles prejuicios en torno al himno?
Es curioso que muchos dicen que es un himno que suena a PNV, mientras que en el PNV algunos tenían recelos de que se quisiera suplantar al Gora eta Gora oficial. No hay nada de eso. El himno de la Comunidad Autónoma Vasca y el la Comunidad Foral de Navarra están bien donde están y punto. Pero falta un símbolo musical que haga cantar a las siete provincias, en actos conjuntos, finales de pelota, movilizaciones, organismos comunes como Eusko Ikaskuntza o Euskaltzaindia, etc. Y ese símbolo, dígase lo que se diga, no puede ser otro más que el Gernikako. Conociendo a nuestro país, ninguna otra propuesta va a conseguir mayor consenso.
El libro comienza ofreciendo un pequeño retrato de Iparraguirre, autor del himno. Precisamente este verano se celebró el 200 aniversario de su nacimiento. ¿Cree que se ha hecho justicia hacia su figura y hacia legado cultural?
Con una guitarra, Iparraguirre devolvió a este pueblo la fe en sí mismo, después de la derrota de 1839. Ilusionó al pueblo sencillo, reavivó la unión de todo Euskal Herria, puso al euskera, a las libertades y a Navarra en el centro de las reivindicaciones; abogó por la paz y la unión europea antes que nadie. Fue herido, desterrado y preso varias veces por defender su país y sus ideas de libertad. Un poeta visionario, de los que dotan el alma de los pueblos. Algunos le acusan de abandonar a su familia en América, lo cual no es cierto, pues no cesó en sus intentos de traerse a todos y ya iban a venir dos de sus hijas cuando le llegó su prematura muerte.
En esta recopilación de historias que cuentan con el himno como eje e hilo, ¿cuáles son aquellas que despertaron su atención especialmente?
Me impresionó conocer la entrada marcial, en 1876, de 7.000 soldados vasconavarros, desfilando por Bayona cantando el himno, pese a la derrota y al obligado exilio. O la paradoja de los requetés entrando en Gernika cantando el himno, enfrentándose al batallón Gernika, de gudaris comunistas, que también lo cantaban. O los soldados de Iparralde, cantándolo antes de morir pour la patrie en las batallas de Verdún. O en Urepel, el día que murió Xalbador. O escucharlo en el sitio de Manila, o en la manigua cubana. O cantarlo en esperanto los brigadistas internacionales en 1937. ¡Hay tantas y tan emotivas historias!
¿Qué papel ha jugado Navarra en esta biografía de Gernikako Arbola?
Contra lo que algunos piensan, Navarra, y sobre todo la Ribera, es uno de los lugares donde más arraigó el himno, y con el sentido más político. Hasta le pusieron música en castellano en cada lugar. En la Gamazada fue el himno obligado y se obligó al Gobierno a autorizarlo, sobre todo después de la masacre que hizo la Guardia Civil por cantarlo en Donostia, con tres muertos y 20 heridos de bala. A partir de entonces fue un himno oficial, que lo mismo servía para recibir al Nuncio como para inaugurar el puente de Milagro. En los sanfermines se llegó a cantar en la plaza en cada toro. «El toro asoma el hocico / la plaza canta el zortziko / rueda el toro hecho una bola / y la plaza repite / el Gernikako Arbola», decía la prensa. Y no fue solo un calentón coyuntural: veinte años después de la Gamazada, en Fitero, allende el Ebro, todo el pueblo salía en masa a recibir a su diputado, cantando el himno a la llegada y a la despedida. Recordar todo esto es también hacer memoria histórica.
De hecho, entre personajes cercanos, nos encontramos a músicos como Julián Gayarre.
No solo Gayarre: Sarasate, Arrieta, Gorriti, el tenor Fagoaga… y todos liberales. La élite musical del país lo divulgó en recitales, óperas, zarzuelas, teatros… Fue colofón obligado en miles de conciertos de todo Europa. No había orfeón, banda de pueblo ni txistulari ambulante que no lo interpretara. Pocas melodías puede presumir de haberse cantado, de pie y descubiertos, desde las recepciones de las cuatro diputaciones a los reyes de España, hasta la última taberna del país.
¿Qué otras personalidades históricas y reconocidas son protagonistas de esta biografía?
Muchas: Pedro Egaña, Iturralde y Suit, Sabino Arana, Campión, Mirande, Baroja, Unamuno… ¿qué escritor vasco no ha glosado el himno vasco? Y sus frutos, como los del árbol, se esparcieron por el mundo: Antonio Machado, Pérez Galdós, Rubén Darío, Steer, Roberto Artl… La fama del himno aumentó el simbolismo de Gernika y atrajo a los aviones nazis que la bombardearon. A partir de entonces se reavivó como símbolo mundial. La escritora Eleanor Mercein cantó «ese himno por el que viven y mueren los vascos». Y la gran periodista norteamericana Martha Gellhom, compañera de Hemingway, se preguntaba «cómo debe amar a su patria la gente que ha creado un canto semejante y que lo canta tan bien».
¿El himno de Gernikako Arbola nunca ha dejado de estar vivo?
En las últimas décadas solo ha estado latente. En 1979 tuvo su gran última oportunidad porque debía tocarse en San Mamés al inicio del primer partido de la Selección Vasca, contra Irlanda. En el último momento el Gobierno prohibió que se tocara, entre las protestas del público y el abandono del palco presidencial de Carlos Garaikoetxea y demás autoridades vascas. Espero que pronto los grupos juveniles lo introduzcan en sus conciertos y se recupere generacionalmente, porque el zortziko sigue vivo en el corazón de nuestro pueblo.
La biografía invita a realizar un viaje por casi dos siglos de historia vasca a través de este símbolo, ¿se puede resumir eso en una palabra?
Te lo diré en cuatro: libertades vascas y solidaridad mundial. Y una amiga ecologista añadiría: veneración a la naturaleza. Frente al desastre de esta globalización, no hay un himno con mensajes más actualizados.