Manifiesto por el himno de Euskal Herria / Vasconia
Los firmantes de este Manifiesto, músicos, cantantes y cantautores vasconavarros, conscientes de la importancia que los símbolos, y entre ellos la música y las canciones, tienen en el imaginario colectivo de los pueblos, queremos exponer a la sociedad vasconavarra lo siguiente:
Todo pueblo tiene una lengua, unos símbolos y unas costumbres que lo identifican. También el nuestro, que repartido en tres unidades político administrativas, (Comunidad Foral de Navarra, Comunidad Autónoma de Euskadi y la Communauté d´aglomeration Pays Basque), agrupa a Navarra/Nafarroa, Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Lapurdi, Baxenabarra y Zuberoa.
Durante siglos hemos logrado mantener una lengua propia, un elenco musical, bailes, deportes y otras características que, independientemente de las afinidades políticas y formas de pensar, nos identifican como pueblo. Por suerte, hemos conseguido mantener el nombre primitivo que nos une por encima de las divisiones administrativas: Euskal Herria en euskara, la antigua Vasconia. También hemos aceptado un lema, el Zazpiak Bat, esbozado ya por Axular en 1643.
¿Y el himno? ¿Cuál es el himno que une a los vasconavarros? Oficialmente, los habitantes en la Comunidad Autónoma Vasca o Euskadi adoptaron su himno, el Eusko Abendaren Ereserkia, en 1983. De igual manera, desde 1986, la Comunidad Autónoma de Navarra cuenta con su propio himno, conocido como Himno de las Cortes. Iparralde carece de himno vasco oficial. Por lo tanto, en el conjunto de los territorios no disponemos de un himno que nos una, de ahí la sana envidia que sufrimos cada vez que vemos a nuestros vecinos franceses, gallegos o catalanes de todas ideologías, cantar juntos La Marsellesa, Os Pinos o El Segadors.
Cierto es que hay algunas canciones en euskera que tienen un uso continuado en nuestras liturgias sociales, pero ninguna de ellas con la suficiente entidad, historia y extensión como para representar a todo el país. Vasconia, un pueblo que canta, no tiene himno que le cante.
Y, sin embargo, basta hurgar un poco en nuestra memoria para descubrir que tenemos un himno hermoso que nos ha unido desde 1853 hasta nuestros días y que, incomprensiblemente, está marginado: el Gernikako Arbola, de José María Iparraguirre, de quien este año celebramos el bicentenario de su nacimiento.
Digámoslo sin reparos: desde su primera interpretación, el Gernikako Arbola ha sido el himno de todos los vasconavarros y así fue recogido en la literatura, en los cancioneros y en las partituras durante más de un siglo. Tuvo carácter oficial y, sobre todo, un respaldo popular como pocos pueblos han podido ofrecer a su himno más representativo.
Nadie se explica todavía la rapidez con la que aquel zortziko se extendió, no ya en los siete territorios, sino en todos los confines del mundo donde había paisanaje vasco. Y cómo unas estrofas conmovedoras, de una simplicidad sublime, exaltaron de tal manera el sentimiento patriótico del país que acabaron cantándolo, con la misma pasión, carlistas y liberales, republicanos y socialistas, conservadores y revolucionarios, nacionalistas vascos y navarristas, abertzales y españolistas. Y donde los creyentes veían valores religiosos, los laicos se descubrían, como los revolucionarios franceses, ante un símbolo de la Libertad. ¿Qué es pues un himno, sino el que concita a cantar a toda la ciudadanía?
Los analistas explican su éxito inmediato y su mantenimiento en el tiempo por la situación del país, herido por la pérdida de sus libertades, y por el carácter vasco de su música, un zortziko. Pero, sobre todo, porque el himno se convirtió en la encarnación misma de los Fueros y de la unidad de Vasconia, de Euskal Herria. Una unidad alejada de toda tentación aislacionista, perfectamente compatible con una concepción universal y humanista de lo vasco.
Ningún himno político está tan profusamente registrado en todas las comarcas del país Vasconavarro, desde Tudela a Baiona. Se interpretaba en los paloteados de la Ribera y en las pastorales suletinas; en las recepciones reales y en las corridas sanfermineras; en los pequeños teatros y en las grandes óperas. Todos nuestros grandes músicos lo recrearon y versionaron, y no hay archivo histórico que no guarde su partitura.
Como todo himno que se precie, el Gernikako Arbola tiene también su propia épica. Solo dos años después de su creación, Iparragirre, el primer cantautor de nuestra historia, fue detenido y expulsado de nuestro territorio por cantarlo. Pero el himno se quedó: su empecinada prohibición lo propagó como viento de libertad. Cantarlo en Donostia, durante la Sanrocada, costó tres vidas. En Navarra fue el grito foral de la Gamazada. Sus sones alentaron el movimiento en pro de la reintegración foral de 1918; dieron la bienvenida a la República; rubricaron las Asambleas pro-estatuto; cantaron el surgimiento de Galeuzka y unió a los alcaldes de las cuatro provincias en el movimiento autonomista de 1934.
Y lo más importante: cuando en 1937 destruyeron Gernika, el himno, que había agrandado el simbolismo de la villa foral (“eman ta zabal zazu / munduan frutua”) pasó a ser icono mundial de la democracia, de la paz y de la resistencia popular frente a los totalitarismos. Cuando en 1949 Iparralde celebró el triunfo sobre el III Reich, el Gernikako Arbola fue el himno oficial junto a La Marsellesa.
En definitiva, un himno vasco e internacional, símbolo mundial, documentado en todos los territorios, con historia y épica mantenida en el tiempo y con la rara capacidad de emocionar a personas de ideologías muy diversas. No se le puede pedir mejor biografía a un himno.
Es hora de recuperar el único himno que nos ha unido históricamente y que todavía concita los mayores consensos entre todas las corrientes políticas del País: los primeros versos del Gernikako Arbola.
Animamos a todo Euskal Herria a cantarlo y a difundirlo.